Mapa Comunitario
Este mapa comunitario se construye a partir de una encuesta que pretende visibilizar los lugares inseguros y aquellos lugares que la ciudadanía encuestada considera seguros. Con el objetivo de poner en común aquellas vivencias de violencia
¿En qué espacios has sido acosada/o? ¿En qué lugares sientes miedo? ¿Dónde has sido víctima de un robo? pero también los puntos de resistencia y esperanza ¿ En que coordenadas sientes comunidad y/o seguridad?
La emocionalidad en el mapa es un concepto central ya que se hizo un esfuerzo por mapear las emociones como el miedo y la seguridad, construyendo un contra-mapeo de las sensaciones que suscitan ciertos espacios en un contexto de violencia en México sin precedentes.
Este proyecto propone que la emocionalidad impulsada por el miedo y la rabia pueden ser canalizadas para gestar cambios significativos. El mapeo de las violencias y las emociones desde la perspectiva ciudadana, tiene el objetivo de generar mapas colectivos que denuncian las violencias, pero también los puntos de resistencia y esperanza, propiciando la reflexión sobre la creación de espacios seguros, la solidaridad y la reivindicación del cuidado como una labor colectiva y un derecho fundamental. Este proceso, no solo registra la violencia, sino que también se convierte en un llamado a la acción para promover una cultura de la vida en contraposición al miedo.
En la sociedad de la información, donde la violencia circula y se difunde en inmensas cantidades y en todas direcciónes, los testigos de la violencia y la masacre somos todos, incluso si decidimos no mirar. Como testigos de la violencia tenemos la responsabilidad de levantar la voz y luchar contra las narrativas que apelan al olvido: hay que mirar los miedos, nombrarlos, sacarlos de la oscuridad y enfrentarlos.
Es necesario que socialmente podamos reconocer nuestro propio rostro en los encobijados, colgados, mutilados y levantados, recuperar su dignidad ontológica. Reconocerles como humanos, reconocer su singularidad, reconocerlos como parte de un nosotros. No son cifras, no son daños colaterales, son la hija de alguien, el hermano de alguien, el padre de alguien, el amor de alguien.
Frente a esta cultura del miedo y la muerte, es imprescindible promover una contracultura de la vida, desde donde podamos habitar un territorio con horizontes y esperanzas colectivas. Este horizonte sólo se puede construir desde la memoria colectiva. Nombrar a nuestros desaparecidos, nombrar a nuestras compañeras que nos fueron arrebatadas violentamente, nombrar y señalar al Estado cómplice, no olvidar ni Ayotzinapa ni el 5 de junio. La memoria nos pertenece a nosotras, no le pertenece al Estado ni a los medios ni a los partidos políticos. Se trata de una lucha contra el olvido y la indiferencia, una transformación basada en el amor, el amor y empatía transformados en acción política.
El reconocernos vulnerables, el reconocer que la violencia se puede inscribir en cualquier cuerpo, significa recuperar la responsabilidad colectiva por las vidas de los otros. Es necesario trascender el miedo y el dolor para buscar y luchar por la justicia y la paz; no se trata de eliminar el dolor producido por esta violencia, sino de actuar a pesar de él.